Con la mirada de loca que solo
deja ver la parte divertida, sacando brillo del polvo, maquillando su cara con
una sonrisa que esconde mil y una lágrimas… y solo le queda esa marca que ha
dejado el paso del tiempo, esa marca a la que llamamos herida. Una herida cada
día menos profunda, destroza los trozos de ese puzle que un día creyó que tenía
solución para crear uno nuevo de los escombros.
Le resulta fácil contar
historias para esconderse, lo difícil es romper ventanas para escaparse,
escaparse de todo aquello. Nadie gritara en mitad de la noche su nombre, nadie
irá a buscarla cuando lo pida con la mirada, nadie la abrazará cuando le
enfoque toda esa tristeza, nadie, solamente ella. Ella y su soledad.
O eso creía. Y es que la vida
es tan absurda como sorprendente. Te deja hundirte en lo más profundo del lodo,
te hundes, te sigues hundiendo… entonces te hace recapacitar sobre todo lo que
necesitas, pero no lo pides, te lo guardas en lo más profundo de tu ser.
De repente ¡ZÁS!, como por arte
de magia aparece. Aparece algo por lo que luchar con uñas y dientes. Le abre
los ojos hacia algo nuevo. Nunca había creído que algo pudiera darle tanto
valor para mirar hacia arriba. Y con el paso del tiempo ese charco se va
evaporando sin dejar rastro. Olvida los pasos de baile aprendidos
anteriormente, se marcha la antigua cobarde siendo reemplazada por una nueva
salvaje dispuesta a investigar todo a su paso. Dice adiós al miedo, le abraza y
observa cómo se va haciendo cada vez menos nítido.
Abre su corazón y a su vez grita.
Grita todo aquello que nunca había gritado. Y conforme va gritando se regenera
un poco más.
Todo aquello que había muerto
vuelve a emerger con más fuerza que nunca, y lo hace para no desvanecerse JAMÁS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario